Llevo tiempo con ganas de aportar mi experiencia como concursante en diversos certámenes literarios, habitualmente de microrrelatos o poesía, pero sobre todo de los primeros.
Por mi escaso palmarés, puedo comenzar este inventario o "manual" con multitud de ideas que funcionarán al público lector y escritor, porque si de algo puedo dar clases es de cómo no ganar concursos.
IDEA Nº 1
MUY PROPIA PARA CONCURSOS PROMOCIONADOS POR UNA MARCA
MUY PROPIA PARA CONCURSOS PROMOCIONADOS POR UNA MARCA
O PRODUCTO COMERCIAL:
HAY QUE COMPORTARSE COMO UN PELOTA CON ELLOS, PERO TRATANDO DE NARRAR UNA HISTORIA
(fracaso asegurado)
En efecto, hay que dar una buena visión del producto que se promociona en el certamen o concurso, destacando la importancia del mismo para los personajes y sus circunstancias vitales, en algún momento del relato. Unos ejemplos claros son todos los que envié al de Picota Jerte (denominación de origen)
Muestro aquí el último presentado este mismo año, 2014...
EL HOMBRE DEL SACO
Venía caminando desde la estación de tren con su petate, a principios de julio. Los niños del pueblo huían despavoridos al verlo llegar. Cenaba con nosotros y luego se iba a tomar el fresco con nuestro padre. Recordaban el servicio militar, entre risas y parrafadas, hasta la madrugada. Y cuando despertábamos, al amanecer, el visitante ya se había marchado en el primer expreso. Era un hombre de mediana edad, aunque parecía tan viejo como el mundo. En el saco nos regalaba unas picotas traídas desde lejos, también del oeste, pero más al sur, desde el Valle del Jerte. Aquellas frutas solucionaban cualquier discusión o pena que tuviéramos.
Años después mis hermanos y yo fuimos a vivir a la capital.
Durante unas vacaciones, mi padre nos contó que su amigo había fallecido. Sin embargo, sus familiares nos seguían enviando el saco lleno de picotas, como cada verano. Supimos que todo se debía a una promesa con la cual, aquel hombre, mostraba su agradecimiento a nuestro padre quien, durante unas maniobras en la mili, le había salvado la vida.
Aquella confesión es una deuda tan inolvidable como la de nosotros y nuestros hijos, cuando nos reunimos a comer las mejores cerezas.
Venía caminando desde la estación de tren con su petate, a principios de julio. Los niños del pueblo huían despavoridos al verlo llegar. Cenaba con nosotros y luego se iba a tomar el fresco con nuestro padre. Recordaban el servicio militar, entre risas y parrafadas, hasta la madrugada. Y cuando despertábamos, al amanecer, el visitante ya se había marchado en el primer expreso. Era un hombre de mediana edad, aunque parecía tan viejo como el mundo. En el saco nos regalaba unas picotas traídas desde lejos, también del oeste, pero más al sur, desde el Valle del Jerte. Aquellas frutas solucionaban cualquier discusión o pena que tuviéramos.
Años después mis hermanos y yo fuimos a vivir a la capital.
Durante unas vacaciones, mi padre nos contó que su amigo había fallecido. Sin embargo, sus familiares nos seguían enviando el saco lleno de picotas, como cada verano. Supimos que todo se debía a una promesa con la cual, aquel hombre, mostraba su agradecimiento a nuestro padre quien, durante unas maniobras en la mili, le había salvado la vida.
Aquella confesión es una deuda tan inolvidable como la de nosotros y nuestros hijos, cuando nos reunimos a comer las mejores cerezas.
Pablo Vázquez Pérez