Marcelino era un cliente habitual de la librería. Como buen
curioso, observaba las estanterías y anaqueles sin rumbo fijo. Después aparecía
con algún libro entre las manos. En ocasiones nos mencionaba una novela llamada
El pasajero paciente, título del cual no fuimos capaces de encontrar más
datos.
Marcelino nos visitaba en tardes calurosas del verano y
mañanas inclementes del invierno. También convencía a todos sus amigos y
conocidos para que vinieran al local. Siempre que acudía cualquier persona
recomendada por él, comenzaba su petición con la misma frase: “busco el libro
de mi vida”. Uno se llevó Don Segundo Sombra para sentir el viento de la pampa
sobre su rostro. Algunos, más reservados, sufrirían por el enigma de Wakefield.
Mientras otros, soñadores, preferían navergar con las Crónicas marcianas.
Aunque ninguno se fue tan contento como aquel lector optimista que regresó a
preguntar si se habían publicado nuevas aventuras del barón rampante.
Marcelino parecía inmortal, al menos hasta el mes pasado,
cuando murió. Nuestra mayor pena fue la de no llegar a encontrarle aquella obra
titulada El pasajero paciente, la misma que ahora ocupa el escaparate. Y
no la pudimos adquirir antes, más que nada, porque la terminó de escribir unos
días antes de fallecer.
Pablo Vázquez Pérez