VIDA EN LA CALLE
Quiero compartir estas impresiones
sin tomar fotos, sin planear rutas
ni ser un títere de las intenciones
tiranas, vendidas a las pautas
lógicas que arruinan las vocaciones
y ahuyentan alegrías incautas.
Hablaré con la voz susurrante
de los últimos años vividos
los meses, días transcurridos
y las horas del tiempo andante.
Como viajero huí de la rutina a la vida,
desde el cemento y neón hasta la arena
y la brisa de las olas sobre mar serena,
olas mansas que mecen su orilla dormida.
El asombro diario a la vuelta de las esquinas
en las aceras sembradas con flores de pascua
pascueros invernales arrimados al ascua
decembrina y navideña tras las cortinas.
En esta ciudad inclinada, en parte al sur
y en parte al oeste, anclada, generosa y vigía
sin faro aunque con farola prudente que guía
el rumbo, mando y destino del navío al albur.
Observando desde el monte las avenidas
los cruces, pasajes, vías, patios y acaso
bulevares porque toda la urbe es el paso
y la raíz de árboles y especies florecidas.
Mas todo es inútil si esta urbe en obras
no tiene más vida que sombras
y habitantes que trasplanten el aliento
en nativos y forasteros sin prebenda
ni cobro. A cambio recibiré reprimenda
por elogiar con una mijita de sentimiento
de más, o quizá con varias toneladas
pero entre tanto sentido a pie de calle
y dos años después -menos canijo de talle-
disfruto escribiendo vivencias pasadas.
Para terminar con la memoria atenta
no olvido algún abrazo y caricia amistosa
que no fue intencionada ni lujuriosa
sino moneda corriente de mano lenta
en esta tierra cálida
nunca en penumbra.
Quiero compartir estas impresiones
sin tomar fotos, sin planear rutas
ni ser un títere de las intenciones
tiranas, vendidas a las pautas
lógicas que arruinan las vocaciones
y ahuyentan alegrías incautas.
Hablaré con la voz susurrante
de los últimos años vividos
los meses, días transcurridos
y las horas del tiempo andante.
Como viajero huí de la rutina a la vida,
desde el cemento y neón hasta la arena
y la brisa de las olas sobre mar serena,
olas mansas que mecen su orilla dormida.
El asombro diario a la vuelta de las esquinas
en las aceras sembradas con flores de pascua
pascueros invernales arrimados al ascua
decembrina y navideña tras las cortinas.
En esta ciudad inclinada, en parte al sur
y en parte al oeste, anclada, generosa y vigía
sin faro aunque con farola prudente que guía
el rumbo, mando y destino del navío al albur.
Observando desde el monte las avenidas
los cruces, pasajes, vías, patios y acaso
bulevares porque toda la urbe es el paso
y la raíz de árboles y especies florecidas.
Mas todo es inútil si esta urbe en obras
no tiene más vida que sombras
y habitantes que trasplanten el aliento
en nativos y forasteros sin prebenda
ni cobro. A cambio recibiré reprimenda
por elogiar con una mijita de sentimiento
de más, o quizá con varias toneladas
pero entre tanto sentido a pie de calle
y dos años después -menos canijo de talle-
disfruto escribiendo vivencias pasadas.
Para terminar con la memoria atenta
no olvido algún abrazo y caricia amistosa
que no fue intencionada ni lujuriosa
sino moneda corriente de mano lenta
en esta tierra cálida
nunca en penumbra.
A mi me da que estas madurando... o mas bien que te estas encontrando en las letras. Me das sensacion de respirarte en tus letras.
ResponderEliminarUn abrazo
Pablo
Y es que al final no podemos sino sentir cierto apego por el lugar en el que vivimos, aprendemos a amar sus virtudes y sus defectos.
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