El juez sintió el vértigo otra vez, esa sensación de ser igual que el carámbano oscilante en las ramas del roble que observaba a través del cristal de la ventana, a punto de caer al suelo. El ujier llegó entonces a la sala, con paso firme, para pasarle las conclusiones del jurado.
Su señoría se irguió como un vástago desde el tronco del árbol vecino. El juez, al ser el jurídico más experto que estaba en la sala, desdobló y leyó el pequeño papel que le habían pasado, una suerte de brújula que le indicaba el camino a seguir. Y dictó sentencia.
Su señoría se irguió como un vástago desde el tronco del árbol vecino. El juez, al ser el jurídico más experto que estaba en la sala, desdobló y leyó el pequeño papel que le habían pasado, una suerte de brújula que le indicaba el camino a seguir. Y dictó sentencia.
Pablo Vázquez Pérez
A veces hay que ponerse abstracto... |